Tenía ganas de salir, salir de la cama, salir de mi
casa, salir de mi barrio, salir de mi ciudad, salir de mi país. Salir a ver
mundo, a ver mundo y a vivir aventuras. Pero no era tan fácil, nada es tan
fácil como lo sueñas. Lo primero que hice fue desarroparme, me quité la manta,
el edredón y por último la sábana. Noté como el frío iba cubriendo cada parte
de mi cuerpo, primero la mano, al sacarla para quitarme la manta, poco a poco
fue subiendo por los pies congelando las piernas hasta colarse por la parte
baja del forro polar. Me quedé un rato en la cama sin moverme, esperando a que
mi cuerpo se acostumbrara al frío de la habitación. Bajé el pie izquierdo,
después el derecho y me quedé sentada observando toda la habitación, enfrente
de mí una pared blanca se alzaba y se fundía con el techo, un montón de caras
me miraban desde las fotos colgadas en la pared con celo, a la derecha desde
una ventana a otra dimensión me observaba una yo totalmente destrozada. En la
izquierda, sin embargo, unas pequeñas estanterías cuadradas llenas de libros me
llamaban, pero, no podía oírlas. La mesa estaba llena de papeles perfectamente
colocados y alineados al igual que los botes de lapiceros y bolígrafos.
Me levanté despacio, y arrastrando los pies me
dirigí hacia la puerta, cuando estaba enfrente tuve que esperar unos segundos
para poder abrirla. Ese era el primer paso para salir. Levante el brazo, puse
la mano en el manillar, pero, no pude abrirla, había olvidado algo, hacía tanto
que no llegaba hasta ese punto que había olvidado quitarme el pijama y hacer la
maleta. Retrocedí torpemente hasta el armario, me pare frente a la puerta y me
autoconvencí de que eso era lo que debía hacer, lo que quería hacer y lo que
haría, con algo más de confianza abrí las puertas y observé toda mi ropa, había
rayas de colores, sudaderas, pantalones ajustados, vestidos de fiesta, pero
faltaba algo. Saqué la maleta y empecé a meter la ropa, primero los pantalones,
las chaquetas y los jerséis, después las camisetas y la ropa interior; dejé
todo lo que era demasiado brillante, colorido o directamente no cabía. Me puse
un pantalón gris y una sudadera roja, cogí un gorro, una bufanda y las gafas de
sol, no sabía que me encontraría fuera. Ahora sí, me acerqué a la puerta y la
abrí, me quedé inmóvil, la oscuridad del pasillo era cegadora, pero, avance
hacia ella como flotando, algo tiraba de mí. Llegué a las escaleras, después al
rellano y por fin estaba en la puerta de la calle, el ruido traspasaba la chapa
y me llegaba lejano, mis oídos acostumbrados al silencio pedían a gritos un
poco más de paz, empecé a retroceder, pero algo me impedía darme la vuelta y
volver corriendo a mi refugio. Agarré la maleta con fuerza y di un paso
decisivo hacia la puerta, giré el manillar y empujé hacia fuera pero, la puerta
no se abrió, lo intenté un par de veces más pero, la puerta impasible, me
impedía salir, eso que tengo había soñado estaba a sólo un paso de mi pero era
imposible, desistí de mi intento y me derrumbé contra la pared, solté la maleta
que cayó de golpe contra el suelo llenándolo todo y me arrastre hasta quedar
hecha un ovillo en el suelo. No sé cuánto tiempo pasó, pero, mi sueño parecía
cada vez más lejano, me había acostumbrado a ese sitio, conocía a la perfección
cada rincón de aquel recibidor, el ruido de la calle era mi compañero y las
flores secas del jarrón de la mesita distraían mis pensamientos, me había
vuelto a acomodar, había vuelto a dejar de soñar con salir. Algo cambió, el
ruido de la calle ahora era casi inexistente y las flores habían perdido su
luz, un vago recuerdo se apoderó de mi mente y me hizo levantarme a tocar las
flores y preguntarles cómo habían llegado ellas, cuando me acerqué descubrí que
había muchas más cosas en aquella mesa, estaba mi amado jarrón y junto a él un
plato de porcelana azul, a la derecha del plato descubrí algo brillante que me
llamaba, era pequeño y de metal, tenía una forma extraña, me recordaba a algo,
lo cogí con miedo, era frío y liso. No sé por qué giré la cabeza hacia la
puerta y una idea loca cruzó mi mente. Metí el trozo de metal en el agujero de
la puerta, pero, no pasó nada, me dejé caer desilusionada y mi mano chocó
contra el trozo metálico y lo hizo girar de pronto sentí la necesidad de
empujar la puerta y el frío y el ruido invadieron la habitación. Lo había
conseguido, había encontrado la forma de salir, está vez son miedo agarré la
maleta y salí decidida. Ande y ande, vi muchos sitios y ciudades, conocí gente
de todos los colores, admiré museos y disfruté de los colores, pero, sobre todo,
cumplí mi sueño, salí y vi mundo.
salí y vi mundo.