miércoles, 20 de diciembre de 2017

SALIR

 Tenía ganas de salir, salir de la cama, salir de mi casa, salir de mi barrio, salir de mi ciudad, salir de mi país. Salir a ver mundo, a ver mundo y a vivir aventuras. Pero no era tan fácil, nada es tan fácil como lo sueñas. Lo primero que hice fue desarroparme, me quité la manta, el edredón y por último la sábana. Noté como el frío iba cubriendo cada parte de mi cuerpo, primero la mano, al sacarla para quitarme la manta, poco a poco fue subiendo por los pies congelando las piernas hasta colarse por la parte baja del forro polar. Me quedé un rato en la cama sin moverme, esperando a que mi cuerpo se acostumbrara al frío de la habitación. Bajé el pie izquierdo, después el derecho y me quedé sentada observando toda la habitación, enfrente de mí una pared blanca se alzaba y se fundía con el techo, un montón de caras me miraban desde las fotos colgadas en la pared con celo, a la derecha desde una ventana a otra dimensión me observaba una yo totalmente destrozada. En la izquierda, sin embargo, unas pequeñas estanterías cuadradas llenas de libros me llamaban, pero, no podía oírlas. La mesa estaba llena de papeles perfectamente colocados y alineados al igual que los botes de lapiceros y bolígrafos.
Me levanté despacio, y arrastrando los pies me dirigí hacia la puerta, cuando estaba enfrente tuve que esperar unos segundos para poder abrirla. Ese era el primer paso para salir. Levante el brazo, puse la mano en el manillar, pero, no pude abrirla, había olvidado algo, hacía tanto que no llegaba hasta ese punto que había olvidado quitarme el pijama y hacer la maleta. Retrocedí torpemente hasta el armario, me pare frente a la puerta y me autoconvencí de que eso era lo que debía hacer, lo que quería hacer y lo que haría, con algo más de confianza abrí las puertas y observé toda mi ropa, había rayas de colores, sudaderas, pantalones ajustados, vestidos de fiesta, pero faltaba algo. Saqué la maleta y empecé a meter la ropa, primero los pantalones, las chaquetas y los jerséis, después las camisetas y la ropa interior; dejé todo lo que era demasiado brillante, colorido o directamente no cabía. Me puse un pantalón gris y una sudadera roja, cogí un gorro, una bufanda y las gafas de sol, no sabía que me encontraría fuera. Ahora sí, me acerqué a la puerta y la abrí, me quedé inmóvil, la oscuridad del pasillo era cegadora, pero, avance hacia ella como flotando, algo tiraba de mí. Llegué a las escaleras, después al rellano y por fin estaba en la puerta de la calle, el ruido traspasaba la chapa y me llegaba lejano, mis oídos acostumbrados al silencio pedían a gritos un poco más de paz, empecé a retroceder, pero algo me impedía darme la vuelta y volver corriendo a mi refugio. Agarré la maleta con fuerza y di un paso decisivo hacia la puerta, giré el manillar y empujé hacia fuera pero, la puerta no se abrió, lo intenté un par de veces más pero, la puerta impasible, me impedía salir, eso que tengo había soñado estaba a sólo un paso de mi pero era imposible, desistí de mi intento y me derrumbé contra la pared, solté la maleta que cayó de golpe contra el suelo llenándolo todo y me arrastre hasta quedar hecha un ovillo en el suelo. No sé cuánto tiempo pasó, pero, mi sueño parecía cada vez más lejano, me había acostumbrado a ese sitio, conocía a la perfección cada rincón de aquel recibidor, el ruido de la calle era mi compañero y las flores secas del jarrón de la mesita distraían mis pensamientos, me había vuelto a acomodar, había vuelto a dejar de soñar con salir. Algo cambió, el ruido de la calle ahora era casi inexistente y las flores habían perdido su luz, un vago recuerdo se apoderó de mi mente y me hizo levantarme a tocar las flores y preguntarles cómo habían llegado ellas, cuando me acerqué descubrí que había muchas más cosas en aquella mesa, estaba mi amado jarrón y junto a él un plato de porcelana azul, a la derecha del plato descubrí algo brillante que me llamaba, era pequeño y de metal, tenía una forma extraña, me recordaba a algo, lo cogí con miedo, era frío y liso. No sé por qué giré la cabeza hacia la puerta y una idea loca cruzó mi mente. Metí el trozo de metal en el agujero de la puerta, pero, no pasó nada, me dejé caer desilusionada y mi mano chocó contra el trozo metálico y lo hizo girar de pronto sentí la necesidad de empujar la puerta y el frío y el ruido invadieron la habitación. Lo había conseguido, había encontrado la forma de salir, está vez son miedo agarré la maleta y salí decidida. Ande y ande, vi muchos sitios y ciudades, conocí gente de todos los colores, admiré museos y disfruté de los colores, pero, sobre todo, cumplí mi sueño, salí y vi mundo.
salí y vi mundo.

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